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Coloquio de las damas

    Tiana
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    Autor: Pietro Aretino

    Coloquio de las damas, del famoso y gran demostrador de vicios y virtudes, Pedro Aretino, en el cual se descubren las falsedades, tratos, engaños y hechicerías que usan las mujeres enamoradas para engañar a los simples y aun a los más avisados hombres que de ellas se enamoran.

    El Coloquio de las damas, con traducción de Fernán Xuárez, vio la luz por primera vez en Sevilla en 1547. Se trataba de una libre traducción del tercer diálogo de Las seis jornadas o Raggionamenti de Pietro Aretino y, pese al intento de presentarla como aviso moral por parte de su autor, fue rápidamente incluida en el Índice inquisitorial (1559). Sin embargo, el texto debió de gozar de bastante éxito, ya que en solo dos años se atestiguan cuatro ediciones y en 1607 aparece una nueva reimpresión de la obra, sin contar con la evidente huella del texto en algunos autores del XVI y XVII . La mayoría de los cambios introducidos por Xuárez tienen por objeto eliminar algunas de las referencias y pasajes más obscenos, aunque con ello se pierda en muchos casos parte de la comicidad original del italiano.

    Sin embargo, el Coloquio de las damas será fuente utilizada posteriormente para traducciones al francés y alemán (la versión alemana es tomada como base, a su vez, para la inglesa), lo que corrobora el éxito y la transmisión que alcanzó incluso después de su prohibición.

    Argumento:

    Lucrecia y Antonia fueron grandes amigas en su mocedad por ser naturales y haberse criado juntas en la ciudad de Bolonia; y como viniese allí el campo de la cesárea majestad de nuestro invictísimo emperador Carlos V a haberse de coronas, acertó a posar un alférez tudesco en casa de su madre de Lucrecia.
    El cual, enamorándose de ella, la tuvo por amiga todo el tiempo que su majestad estuvo en Bolonia. Y después, al partir de la corte, determinó de irse con él en Hungría, porque todo el ejército de César iba a allá a resistir la bajada del Gran Turco sobre Viena. É ahí, dejando a éste y revolviéndose con un capitán italiano, se fue con él a Ancona y a Corron y a otros diversos lugares; hasta que, cansada de seguir la guerra, se fue a reposar a Roma con su madre, que en todas estas aventuras no la desamparó.
    Donde después de haber vivido cuatro años, recrecióse en su casa una pendencia entre ciertos romanos, de que le imponían a ella toda la culpa. Por cuya causa se salió de Roma y se vino a Lombardía, donde pasó mucho tiempo de su vida. É habiendo andado Antonia en otras tales romerías, vinieron a encontrarse, siendo ya ambas mujeres antiguas en nuestra Señora de Loreto, y como se conociesen, después de haberse abrazado muchas veces se sentaron: porque Antonia venía muy flaca, que había muy poco que salía de tomar el agua del palo santo. É ahí comenzaron a hablar de sus prósperos y adversos sucesos: y como Lucrecia había más peregrinado por el universo, dio más larga cuenta de sí y de su vida a Antonia. Que cansada ya de escuchar dieron fin a su plática.