Temido y adulado, favorito de papas y emperadores, desprejuiciado hasta el cinismo, Pietro Bacci, llamado el Aretino, llenó con su genio chispeante el tardío Renacimiento romano.
En sus Diálogos amenos (1536) describe, con desbordado caudal de gracejo y crudeza, las licenciosas costumbres de clérigos y monjas, damas y señores, siervos y rameras. Su libertad verbal, pocas veces igualada, hizo de él un maestro de maledicencia: entusiasmó al vulgo por la risueña desenvoltura con que maltrataba a reyes y aristócratas, y a éstos —cuando no eran los afectados— por el descrédito de sus enemigos.
Así, «divino» para unos e «infame» para otros, este secretario del mundo reflejó en su vida y en su obra el licencioso hedonismo de una época tan refinada y sutil como brutal y corrompida.